viernes, 23 de agosto de 2013

DESMONTANDO IKARO

Senté mis lustrosas posaderas una tarde de junio sobre el granate tapizado de la silla de oficina que compré a juego con las cortinas del dormitorio, y con la mirada desafiante, acepté el reto que para todo escritor siempre supone el hecho de enfrentarse a la inmensidad y soledad de un folio en blanco. Estaba decidido a escribir la mejor obra de mi corta, hasta la fecha, carrera en el arte de juntar letras, como un día me dijo por escrito el gran Paco Rengel en la dedicatoria de su primera y única novela ADN. Con ella quise presentarme al II Premio Planeta de Relato Breve, pero no pudo ser porque la dejadez otra vez me aguardó agazapada a la vuelta de una siniestra esquina. Cuando me disponía a rellenar la tarjeta de participación para poder concursar, comprobé lo pésimo que es dejar las cosas para otro día que no sea el presente, pues para que una obra fuera aceptada a concurso, el autor debía comprar los temas de un curso de escritura creativa que la editorial catalana sacó a la venta allá por el mes de noviembre, si la memoria no me falla como suele acostumbrar, y que debían ser adquiridos en el kiosko que mas coraje te diera por el módico precio de 4,99 euros la unidad. Puñetera política de ventas la de rebajar un céntimo a todo precio para, en este caso, engañarte a ti mismo diciéndote que no te estás gastando cinco leuros en cada entrega. A lo que íbamos. Descubro muy a mi pesar, la noche del domingo 28 de julio, que de los diez cupones necesarios para completar la referida tarjeta de participación, tan solo dispongo de cuatro de ellos después de haber comprado treinta unidades del jodido curso. Y es que a Carlos y a su esposa Rosa, mis kioskeros, les dije que no me reservasen más temas porque pensé que ya tenía suficiente temario para poder escribir una ficción de 24 páginas a doble espacio y a letra Arial del tamaño 12. 
Con diferencia, considero que IKARO, la breve e intensa historia de un chantaje emocional, es lo mejor que he podido plasmar negro sobre blanco, desde que, con 16 años, una lluviosa tarde de domingo, naciera Antonio Briceño, en la acogedora y silenciosa soledad que me brindaba el vasto salón de mi casa paterna, que tan bien hizo las veces de paritorio. El relato IKARO que hoy presento en mi fiesta de cumpleaños, está basado en la idea que tengo para una novela corta, que anidó en mi cabeza a finales de 2007, momento en el que retomo la vocación de mi vida, olvidada durante tres lustros en un rincón de mi alma, y que irá tomando cuerpo de dichosa realidad, a partir de la tarde del miércoles, cuando comience a trabajar en el borrador tomando como referencia la base que le acabo de regalar a los primeros 25 asistentes a esta preciosa fiesta. Saben perfectamente, y si alguno no lo sabe, que de lunes a viernes, desde las ocho hasta las tres de la tarde, me resulta imposible escribir, ya que Juan Antonio Baena trabaja por cuenta ajena para un banco que ni le aprecia como persona, ni le valora como profesional, y que le lleva acosando desde hace dos años y medio para que coja las maletas y se largue a coste cero, para así ahorrarse el salario consolidado de un ejecutivo y apoderado de la entidad, cuyo puesto es el de apoyo administrativo en una sucursal de su red de negocio. Ojalá algún día las obras que sigan a IKARO, sean la llave de mi libertad laboral, y puedan librarme de la condena de provocaciones y desprecios que Juan Antonio Baena, viene sufriendo de manera inmerecida desde el 14 de enero de 2011.
Pena profesional aparte, en IKARO he tratado de transmitir muchas ideas y sentimientos, quizás demasiados en el reducido espacio que el procesador de texto me permitía, si quería ceñirme a las bases del concurso de la editorial sita en la Ciudad Condal. En primer lugar, los dos personajes protagonistas masculinos, Jacobo y David, albergan muchas de las miserias que detesto en un hombre. En segundo lugar, he querido denunciar la mediocridad y el nepotismo político que imperan en el Sur de Europa, sobre todo en Andalucía, que trata por todos los medios a su alcance, de excluir socialmente a toda persona que destaque por encima de la media gracias a su talento. Y en tercer lugar, he querido rendir un homenaje a todos los padres corajes, que siempre serán capaces incluso de jugarse el tipo, si gracias a que corriendo ese riesgo, el corazón de sus hijos seguirá latiendo, a salvo de aquellas malvadas mentes que pretendan hasta segarles la vida. Por ultimo, no quisiera concluir este escueto análisis de IKARO sin olvidar las sabias palabras de George Bernard Shaw, Premio Nobel de Literatura y ganador de un Oscar por el guión de la película Papillon. La vida no consiste en encontrarse, sino en crearse a sí mismo.

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