sábado, 5 de marzo de 2011

DE PADRES E HIJOS

Permítanme que les escriba desde la perspectiva del hijo que soy y a mucha honra de mis padres. En el momento actual que vivo he elegido no ser padre por diversas e intimas razones, si bien no descarto experimentar la experiencia de la partenidad en un futuro no muy lejano, no obstante es algo que tampoco me quita el sueño. El hombre a diferencia de la mujer, tiene un reloj biólogico al que no le suena la alarma del instinto maternal con tanta ni tan asidua intensidad como le ocurre al del genero femenino. Pero el motivo de este artículo no es hablar sobre la paternidad. El objeto de este escrito es invitarles a conocer mi opinion sobre las relaciones paternofiales y a que reflexionen en concreto sobre lo nocivo que puede llegar a ser para los hijos el amor desmesurado que reciben de sus progenitores. A los hijos hay que amarlos, no adorarlos.
Toda relacion paternofilial debe edificarse en el pilar básico del respeto, un respeto que debe ser recíproco. Por descontado que también debe sustentarse en el amor que deben sentir los padres por sus hijos y viceversa, pero esto es algo que se presupone como el valor en la carrera militar.
Perogrullada aparte, a ese referido pilar básico del respeto hay que añadir otro sustento clave, la confianza, no verse como extraños, sentir que puedes compartir con tu hijo o con tu padre preocupaciones que te reconcomen o problemas a los que no eres capaz de encontrarles solución por tí mismo. Conviene recordar que siempre cuatro ojos ven más que dos, y por eso es de vital importancia que padres e hijos disfruten de una relacion cómplice, aunque eso sí siempre sin vulnerar el debido respeto. Una cosa es la cordialidad y la complicidad que da la confianza y otra cosa es caer en el error del compadreo o del colegueo, llámenlo como ustedes quieran. Un padre y un hijo no deberian ser amigos, porque correriamos el riesgo de meternos en jardines de muy dificil salida. Un padre y un hijo deben ser eso, un padre y un hijo.
Ahora quisiera hablarles como ya les he adelantado antes de lo perjudicial que puede llegar a ser para los hijos el tener padres que los adoran. Padres que no aman a sus hijos sino que los idolatran como si fueran divinidades esculpidas en marmol. Ese amor platónico continuas veces les ciega y son incapaces de ver que ese bien que creen estar haciendole a sus hijos, con toda la buena voluntad e intencion del mundo dicho sea de paso, no es más que algo contraproducente a la larga o a la corta para sus vástagos. Quisieran muchos de ellos que sus hijos vivieran dentro de una burbuja para que ni el viento les tocara y no se dan cuenta que a los hijos hay que dejarlos que vuelen, hay que permitirles estrellarse para que aprendan la lección. Otra cosa bien distinta es saber que tu hijo se va a matar entonces es obvio que hay que imposibilitarle el despegue por todos los medios que existan al alcance de los padres. Pues bien, este razonamiento tan sencillo de comprender es al mismo tiempo tan complejo de asimilar por el raciocinio de los padres idólatras, personas expertas en educar inútiles incapaces de valerse por sí mismos al llegar a la edad adulta, cuyo exceso de celo en la crianza de los hijos hace que éstos en muchos casos tengan una inmadurez mental impropia de su madurez física, créandoles una malsana dependencia con su actitud paternal irresponsable a la que probablemente no le puedan cortar el cordón umbilical hasta que no se produzca el fallecimiento de quienes los concibieron.
Por todas estas razones les ruego encarecidamente a esos padres, por el amor que sienten por sus hijos, se decidan de una buena vez a apostatar de su idolatría volviéndose iconoclastas.

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