viernes, 18 de enero de 2013

VOLVER A VOLVER

Tras la bacanal navideña, al fin la normalidad ha regresado a nuestras vidas. No tenemos arreglo. Como cada año, volvemos a echar en saco roto los buenos propósitos con los que brindamos por el año que recién empieza, y eso que aún 2013 no ha cumplido su primer mes de vida. Volvemos a ser los mismos egoístas e hipócritas que éramos antes del paripé navideño. Pero no hemos vuelto igual que nos fuimos. 
La inmensa mayoría de los mortales lucimos una curva de la felicidad algo más pronunciada que la que nos adornaba la cintura a principios de diciembre. La báscula no engaña, no es el cinturón el que ha encogido, somo nosotros los que hemos engordado. Así que, tras comprobar que hemos ganado volumen durante las fiestas, por cierto, de lo poquito que uno gana en Navidad, ya que casi todo pierde. Pierden el bolsillo, la salud, el descanso, las relaciones familiares, y un largo etcétera que ahorro detallar; decidimos volver a hacer ejercicio para soltar ese lastre que nos afea la figura, y eso es algo que nuestra acomplejada existencia no se puede permitir. Lucir bien ante el espejo, qué bien nutre nuestro ego, y cuan importante es para nosotros la imagen que ofrecemos. Si nos preocupásemos más de nuestra imagen interior, otro gallo de mejor garganta nos cantaría.
Como somos esclavos de nuestra apariencia física, lo que nos hace rehenes de la báscula, allá que retomamos la actividad deportiva y las dietas milagro como si nos fuera la vida en ello, todo sea por estar cuánto antes como uno estaba al inicio del festivo Diciembre. No vaya a ser que me vea excomulgado del culto al cuerpo que venera y domina a la sociedad occidental de nuestros días.
Y para no perder la costumbre, nos acordamos de los excesos cuando vemos los estragos de su factura en nuestro cuerpo. Nunca antes. Cuando estamos ensimismados de placer pecando de gula, nadie repara en las nefastas consecuencias que ese éxtasis efímero le acarreará a la salud. Así que, regresamos a los purgatorios de los gimnasios para quemar en sus salas de máquinas y en sus clases de spinning, esos kilos de más que nos pesan más en la conciencia que en el trasero. Cada año, hacemos lo mismo y encima por partida doble, una después de las vacaciones de verano, y otra, después de los atracones de Navidad. Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Y si repetimos el tropiezo, es porque disfrutamos con el traspié. Porque ese disfrute compensa el remordimiento que sentimos después besar el suelo tras la caída. Por mucho que tengamos que sudar al castigarnos la zona abdominal, no nos acordaremos de tan titanico esfuerzo cuando llegue el mes de agosto. No se trata de mala memoria, sino de buen olvido. En el pecado, llevamos la penitencia.      

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