viernes, 15 de febrero de 2013

MIENTRAS HAYA VIDA

Pensaba que la clase política era dura de oído, pero al parecer esa sordera no era más que mera impostura. Quizás la oleada de suicidios relacionados con los avisos de desahucio haya obrado el milagro, y los políticos vuelven a recuperar la sintonía con el sentir del pueblo, de la que tan solo se acuerdan durante las campañas electorales. La cruda realidad que vivimos les obliga a tener que volver a recuperar la señal. Lo cual debe ser motivo de alegría porque ha quedado claro que escuchar, escuchan y muy bien, por lo tanto no precisan de audífonos como pudimos comprobar el pasado martes cuando el Congreso de los Diputados aprobó debatir la propuesta de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca que lucha porque en España la dación en pago sea una realidad legal que sirva para que una persona pueda saldar la totalidad de su deuda hipotecaria al entregarle la vivienda al banco. Con la actual y arcaica ley hipotecaria de 1945, si usted no puede pagar la hipoteca, te embargan la casa, y es muy probable que tras verte de patitas en la calle, el banco te siga reclamando judicialmente el resto de la deuda que no se ha podido cobrar al adjudicarse la casa en subasta pública, debido al desplome sufrido por el valor del inmueble. Minusvalía de la que no tiene culpa ni el prestamista ni el prestatario.
La mayoría de estas viviendas fueron adquiridas en los años de la bonanza ficticia que creó la especulativa burbuja inmobiliaria, que nos hizo vivir por encima de nuestras posibilidades, sin pararnos a pensar que aquello no era posible que fuera realidad. Por esos inmuebles se pagó lo que no valían, y para comprarlos se firmaron unos préstamos hipotecarios que en muchos casos, permitían financiar hasta el cien por cien del precio de la vivienda, ya que existía, no solo en la mente bancaria sino en el pensamiento de todos, la idea de que el ladrillo nunca perdería su valor. No sabíamos lo equivocados que estábamos.
El pinchazo de la burbuja supuso el inicio de la masiva destrucción de empleo que ha provocado que miles de españoles hayan perdido su vivienda por no poder hacer frente a las cuotas hipotecarias al quedarse sin trabajo, con el agravante de tener que seguir en deuda con el banco después de que el embargo judicial haya terminado. Si una persona, por su precaria situación laboral y económica, se ve obligada a perder la principal inversión que realiza en su vida, debería bastar para saldar la deuda contraída, con la entrega de ese inmueble, que para los bancos no es más que otro ladrillo que anotar en su contabilidad, pero que para el desahuciado supone la pérdida de un hogar, con el desgaste emocional que ello conlleva y que para muchos se está convirtiendo en un trance imposible de superar. Perder, se pueden perder muchas cosas en esta vida, pero lo que no podemos perder nunca son las ganas de vivir. Porque mientras haya vida, siempre quedará esperanza.

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