viernes, 11 de enero de 2013

QUÉ POCO NOS CUESTA

A pesar de tener treinta y un día como todos los eneros, el primer mes del recién estrenado 2013, se nos va a hacer eterno. Pero como no hay mal que cien años dure, ni cuerpo, ni sobre todo, bolsillo, que lo resista, en tres semanas aparecerá en el calendario Febrerillo "El Loco", para disfrazar de carnaval nuestro sufrido hastío, y para poner un poco de cordura en nuestras desquiciadas economías domésticas, en las cuales, los carros llevan ya un lustro tirando de unos escuálidos bueyes.
El lunes, que sigue siendo el peor día de la semana para todo, menos para irse de vacaciones, aunque haya otros días que lleguen a hacerlo bueno por su despiadada fatalidad, nos despertó de golpe y porrazo, de la dulce fantasía navideña en la que andábamos narcotizados soñando con un mundo de ficción, para espabilarnos y ponernos firmes en pie de guerra, frente a una cruda realidad que no da tregua, por muchas banderas blancas que vea a su alrededor implorando socorro. Con tristeza, belenes y árboles fueron devueltos a los corrales de unas cajas dónde han de descansar acumulando polvo hasta el día de la Inmaculada Concepción, y nosotros, con resignación y haciendo de tripas un improvisado corazón, regresamos a la normalidad que marca la rutina de nuestro ajetreado y estresante ritmo vital, que no gusta de guardar demasiados espacios para el necesario descanso. 
De las nóminas cobradas con total merecimiento en las primeras horas del nuevo año, pues en España los trabajadores por cuenta ajena nos ganamos a pulso cada céntimo de euro que nos abonan nuestros patrones, después de escribir la tradicional carta a sus Majestades de Oriente, misivas en las que traería más cuenta preguntarles a los niños qué no quieren recibir como regalo la mañana del seis de enero, y así todos ahorraríamos tiempo, papel y tinta, que para la casa, buenas son piedras. De esos haberes nos queda lo justo para que no afloren los debes con excesiva premura, números rojos que nos obligan con sonrojo a pegar en la puerta del vecino de enfrente, que siempre suele abrirnos con cara de pocos amigos cuando le molestamos para tales menesteres.
Eso sí, para salir los domingos a abarrotar las terrazas de bares, restaurantes y chiringuitos al calor del tibio sol de invierno, siempre nos quedarán en las carteras un par de billetes de veinte, que no se sabe cómo, por arte de birlibirloque, logramos salvar de la quema en la voraz hoguera de nuestras deudas, que avivan toda clase de letras y recibos de muy diverso color y pelaje. Da igual que no haya dinero para pagar la mensualidad de la tarjeta de crédito, de la que hemos abusado estas fiestas hasta decir basta, y gracias a la cual hemos vivido por encima de nuestras posibilidades hasta Reyes. No importa, porque para nosotros, la cervecita y las tapitas del fin de semana son algo "sagrao", que no está "pagao", y nunca mejor dicho. En este asunto amigos, no hay cuesta de enero que valga. 
Qué mal acostumbrados tenemos nuestros cuerpos, qué débiles son nuestras voluntades, o qué vacías tenemos nuestras vidas, si somos incapaces de no salir de casa durante tres fines de semana seguidos. Para los malagueños, que no sabemos vivir sin pisar la calle, ese claustro que tan bien le vendría a la salud de los bolsillos, receta para la que no se precisa prescripción médica, nos resulta una amarga condena, de la que muchos no quieren escuchar ni el eco de sus cadenas. En el fondo, subir esta cuesta, qué poco nos cuesta.



Dedicado al Maestro del Articulismo Literario, mi amigo Manolo Alcántara, que ayer cumplió 85 primaveras.

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