viernes, 17 de mayo de 2013

A PROPÓSITO DE ANA

Ana, que no es su verdadero nombre, pero que para el caso da lo mismo, tiene 21 años, estudia segundo de bachiller y padece anorexia, una grave patología psíquica que genera graves problemas de salud a quienes la sufren, pudiendo llegar a causar la muerte del paciente. Hasta aquí nada nuevo bajo el sol, pues por desgracia, creo que no será la única estudiante malagueña de bachiller que padezca este trastorno alimenticio. Pero lo que hace que Ana sea noticia es el acoso escolar a través de las redes sociales o "ciberbullying" al que está siendo sometida desde hace cuatro meses por cuatro indeseables compañeros suyos en el Instituto Ben Gabirol de la capital malagueña. Cuatro meses de tortura que estos hijos de mala madre han decidido aplicarle a su compañera por el simple hecho de padecer una enfermedad. Como ven, la crueldad en algunos adolescentes puede alcanzar cotas de maldad insospechadas para la mayoría de los mortales, que como éste que les escribe, asisten perplejos con el estómago revuelto por la náusea ante estas muestras de cuán miserable puede llegar a ser la condición humana.
El  malévolo acoso del que ha sido victima la inocente Ana me indigna sobremanera, pero lo que más me enerva y me revuelve las tripas es el hecho de que los cuatro indeseables que han sido detenidos por la policía, han vuelto a clase con normalidad, como si tal cosa, sin que se les haya aplicado medida disciplinaria alguna, mientras que la pobre Ana ha decidido no volver a pisar el instituto y solo aparecerá por allí para los exámenes, a ver si así, desapareciendo, logra que se olviden de ella. Hay que fastidiarse, por no decir joderse. La Delegación de la Consejería de Educación ha manifestado que se esta a expensas de la investigación judicial y que los cuatro jóvenes reciben "atención especial", sin especificar más allá. Una atención que será todo lo especial que ustedes quieran, pero que por lo pronto les permite seguir haciendo su vida normal como si nada hubiera ocurrido, al tiempo que la victima, presa del miedo, decide no asistir a clase, empleando la táctica del avestruz como única salida para escapar del acoso que está padeciendo.
Los acosadores parecen victimas y la víctima parece un criminal que se esconde en su casa para no ser atrapado. Le deseo toda la celeridad del mundo a la investigación judicial porque lo que no puede ser es que cuatro niñatos tengan a una joven de 21 años muerta de miedo sin querer ir a clase, con el perjuicio que le están ocasionando, no sólo a su salud mental, sino que también puede que le echen el curso por alto, con el perjuicio que ello le podría causar a nivel educativo. 
Ante casos como éste, uno se pregunta por qué hemos permitido que la adolescencia esté llegando a estos niveles de decadencia tan detestables. Un porqué para el que desgraciadamente no tendrían fácil respuesta muchos de los padres de estos adolescentes, a los que se les debería caer la cara de vergüenza por la pésima educación que le están dando a sus hijos, a los que están convirtiendo en una empeorada, si cabe, versión de sí mismos.

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