Relato presentado el pasado 30 de Noviembre al I Concurso de Relato Breve convocado por la Biblioteca Municipal de Rincón de La Victoria. Como no ha resultado ganador, he decidido compartirlo con todos vosotros. Espero que lo disfruten tanto, como yo disfruté al escribirlo.
-Ya era hora de que llegaras! Estoy que me
muero de hambre. Podrías haberte tardado más en comprar dos putas baguettes. Mira
si eres huevón…
Con
estas dulces palabras Diego Sánchez, agente comercial de seguros, varón de 35
años, recibía la cariñosa bienvenida de su señora esposa, al regresar de
comprar el pan para preparar el agradable, para él, no tanto para ella,
desayuno de cada sábado.
Nada
más cerrar la puerta del coqueto piso de dos dormitorios en el que vivía con su
esposa desde hacía más de cinco años, en pleno Centro Histórico de Málaga, la
pesadumbre y un profundo sentimiento de culpa se apoderaron de Diego,
haciéndole creer, una vez más, que era un completo desastre. A pesar de ello,
dejó las llaves colgadas en el cajetín del recibidor, y se decidió a entrar en
la cocina donde le esperaba Eva León, intentando esbozar la mejor de las
sonrisas que podía dibujar en su rostro. El aroma a café recién hecho le ayudó
a mirar a Eva, con la misma mirada de aquel hombre que, un día, prometió a su
novia amor eterno.
-Cariño, la panadería estaba hasta la bandera
y han tardado más de lo normal en atenderme. Ni que regalasen el pan, que por
cierto cada vez está más caro. En fin, no tendré más remedio que afinar la
silueta. Y tras una sonora carcajada propia de un corpachón cuajado de
buenismo, procedió a preparar las rebanadas de pan para que se tostaran en el
grill.
No
era un sábado como otro cualquiera. Y tanto que no lo era. A las diez de la
mañana, el simpar jefe de Diego, un tipo mediocre que alimentaba su crueldad,
humillando a sus subordinados, había citado a su equipo de comerciales en la
jefatura de zona, con la única intención de fastidiarles el inicio del fin de
semana, a sus, cada día, más frustrados compañeros de trabajo. Sí, los
subordinados, en una empresa, son compañeros, y no empleados. Como algunos
ineptos aún acostumbran a decir cuando se están refiriendo a aquellos
profesionales que trabajan en los equipos que dirigen, bajo su supervisión,
control y seguimiento. Creerán los muy incapaces que las empresas son suyas por
el mero hecho de ocupar un puesto ejecutivo. En el que hoy estás, y mañana
puede que no estés.
-Eres un desastre desde que te parió tu madre
y se ha acabado!. Anda, prepárame esa tostada llena de calorías, con la que
tanto te gusta flagelarme. Tú sigue tentándome la boca con aquello que no debo
comer…
Como
Diego debía estar a las diez de la mañana en la entreplanta del número 10 de
calle Cristo de la Epidemia, tuvo que apurar el desayuno de pie, en poco más de
diez minutos, pues la hora de salida de casa para no perder la virtud de la
puntualidad, se le venía encima sin darle cuartel. Su reloj digital de pulsera,
regalo de Reyes de su padre, sonó para avisarle de que las nueve y media en
punto de la mañana, era ya una realidad en su muñeca, lo cual le obligaba a
poner pies en polvorosa para llegar a tiempo a la fastidiosa reunión de
trabajo, que su jefe le había puesto en la agenda, la mañana de la víspera.
Besó
a su mujer en los labios como si fuera la vez primera, o quizás como si supiera
que nunca más volvería a verla. Tomó su maletín de piel color beige que su
madre le compró para celebrar la firma de su contrato laboral, con carácter
indefinido, como agente de seguros en una de las principales compañías
españolas del gremio, y abrió la puerta de su casa tras enfundarse el abrigo
negro de paño que tan elegante porte le daba a su figura. Mientras esperaba la
llegada del ascensor, pensó que debía darle gracias a la vida, por lo bien que
le trataba. Tenía salud, un buen puesto de trabajo, un sueldo aceptable para
los tiempos que corrían, y la dicha de tener a su lado, a la mujer que le había
enseñado lo que el verdadero amor significaba.
Nada
más quedarse sola en casa, Eva no dudó un ápice en coger el teléfono
inalámbrico, y tras unos segundos de vacilación, por fin se decidió, empujada
por el deseo que le despertaba la morbosa fantasía, a marcar el número de su
compañero del gimnasio, Toni. Había llegado la hora de que aquello con lo que
tanto llevaba fantaseando durante tres meses, por fin se hiciera realidad. La
tarde en que lo vio entrar por las puertas de su centro de trabajo, para
comenzar a impartir clases como monitor de spinning y body-combat, se juró a sí
misma que, más pronto que tarde, aquel cuerpo de Adonis yacería entre sus
muslos. Una oleada de deseo recorrió todo su cuerpo de punta a cabo, justo en
el instante que escuchó, cómo el número de móvil de su compañero recibía el
primer tono de llamada.
-Toni? Hola, qué tal, soy Eva. Oye, que como
voy a estar sola en casa hasta cerca de las dos de la tarde, pues que tenemos
tiempo suficiente para que, tranquilamente, me enseñes ese video sobre pilates
del que me hablaste el miércoles, para mi clase del lunes por la tarde. Ok, ok…Calle
Carretería, nº39 2ºC. Gracias, guapo. Un beso. Adiós, adiós.
Debido
a las circunstancias que nos rodean, cuya incidencia sobre nuestras vidas no
podemos controlar, el antojo de la Diosa Fortuna quiso que, aquella preciosa
mañana de otoño que bañaba de tibia luz las calles de Málaga, las dichosas
circunstancias ya referidas, se tornaran en contra del bueno de Diego.
Cuando
tan solo llevaba transcurrida una hora de reunión, de repente, su jefe se
sintió indispuesto por algo que cenó en mal estado la noche anterior, y no le
quedó más remedio que dar por concluida la cita con sus “empleados”. Suspendido
el despacho con su superior a las once, como hombre detallista que era, a Diego
se le ocurrió acercarse a la Floristería Galán, de Calle La Victoria, para
comprarle a su amada, un lindo ramo de rosas, con el que a buen seguro, la
sorprendería y le alegraría el sábado. Curiosamente, en esa misma floristería,
le compró a su mujer el primer ramo de rosas rojas con el que quiso agasajarla
para celebrar su primer aniversario como novios. Y ahí iba nuestro
protagonista, bajando por La Victoria dirección Plaza de la Merced, tan
henchido de felicidad que no cabía en sí de gozo. La sonrisa que afloraba por
la comisura de sus labios y su determinado paso al caminar, así lo
atestiguaban.
Al
entrar en el portal con el ramo en una mano y el maletín en la otra, Diego se topó con su vecino Manolo. Más
próximo a la cincuentena que a la cuarentena, no dudó en hacerle la fiesta a su
vecino, ya que esa noche se emitía por televisión y en abierto a las diez de la
noche, por enésima vez, el partido del siglo que cada año juegan dos veces a lo
largo de la temporada de liga, los dos grandes clubes del futbol español.
-Diego, no me digas que te ha tocado pringar
un sábado por la mañana. Oye, pásate esta noche por casa para ver el partidazo.
Voy a por unas cosillas de las que nos pirran para aliñarlo. Qué?, te apuntas?,
le espetó su vecino.
-
Gracias, vecino pero no puedo. Toca la cena
de rigor de cada mes en casa de mi hermano, para restregarnos que su vida es
maravillosa, que son inmensamente felices y que comen perdices un día sí y el
otro también. No se aburren de tanto fanfarronear..., le dijo Diego a su
vecino, desahogándose en cada palabra que pronunciaba.
-Tú lo que tienes que hacer es, nada más
llegar, empezar a anestesiarte etílicamente y problema solucionado. Me marcho, nos vemos. Ciao!. Manolo se
esfumó camino del supermercado de la esquina, para avituallarse de jamón de
bellota y buen rioja, de cara al partidazo que esa noche se iba a meter entre
pecho y espalda.
Con
todo el sigilo del que pudo hacer acopio, Diego hizo girar la cerradura de su
puerta con un suave golpe de muñeca. Ni un inaudible decibelio de ruido quería
hacer para que la sorpresa fuera perfecta. Para lograr tal fin, se descalzó en
el recibidor extrañándose por encontrar colgada en el perchero, una cazadora de
hombre que no le sonaba de nada. La luz de la cocina que quedaba a mano izquierda,
se encontraba apagada. Luego, pensó que, a la hora que era y como Eva tenía
mucha ropa que planchar, posiblemente se encontraría faenando en el dormitorio
que tenían como cajón desastre. Al dar el primer paso para entrar en el
pasillo, Diego escuchó un tímido gemido casi imperceptible. Pero gemir, escuchó
gemir. No había duda. Descompuesto, desconcertado y esforzándose por no temer
lo peor, avanzó hacia el dormitorio principal sin que sus pisadas apenas retumbaran
sobre el frío suelo de mármol.
Una
vez en el umbral de la puerta del dormitorio principal, Diego se encontró con
una escena que jamás habría imaginado. Estupefacto, con la garganta
empezándosele a secar por la impresión, y el corazón iniciando un latir
desbocado, dejó caer el ramo, liberándolo de la temblorosa mano de un marido
ultrajado.
En
la cama de matrimonio estaban Eva y Toni. Haciendo el amor con alocada y febril
pasión, ella a horcajadas sobre él, batiendo su cuerpo con frenética cadencia,
se mesaba los cabellos mientras Toni, agarrándole los glúteos, le mordisqueaba
y succionaba sus hermosos y puntiagudos pezones de Venus del Sexo. Sensual
coreografía que tornó a su fin cuando a los dos amantes les interrumpió su
carnal lujuria, la primera palabra que manó de los desdichados labios de Diego
cuando, pasados unos segundos, rompió a hablar.
Dirigiéndose
en primer lugar al amante de su mujer, con una frialdad y una serenidad en el habla que erizaban el
vello, el cornudo marido sentenció:
-Tú, bastardo, fuera de mi cama. Corre, eso,
corre. Cabrón, hijo de puta…
Al
oír la primera sílaba del escueto pero firme y serio discurso de Diego, el
pichabrava de Toni, sin decir ni esta boca es mía, se esfumó del piso medio
desnudo y en cuestión de segundos.
Eva
no salía de su asombro. No se explicaba cómo había podido pillarla, si le dijo
que no llegaría a casa hasta la una y media de la tarde, como muy pronto. En el
rostro de ella surgió una expresión de ira, y una mirada de odio comenzó a dibujársele
en la cara. Sus inspiraciones empezaron a hiperventilar sus pulmones. Estaba a
punto de estallar… Diego, después de echar al intruso de su alcoba, quiso
dirigirse a su mujer con los ojos arrasados de lágrimas. Pero no pudo, pues Eva
estalló, y con dedo índice acusador, le vociferó:
-Basta ya de llorar, joder!!!!Qué me has
pillado follando?! Y qué?!. Eso es precisamente lo que llevo años sin hacer, y
ya era de que le diera una alegría a este pedazo de cuerpo! Tú tienes la culpa!
Porque eres un pésimo amante. Con 34 años se me había olvidado lo que era un
orgasmo hasta hace veinte minutos. Menos mal que Toni me ha refrescado la
memoria….Eh, vuelve aquí! Se puede saber dónde vas?!.
No
había terminado Eva de hablar, cuando Diego, tras girar ciento ochenta grados,
se dispuso a enfilar el pasillo con el rostro desencajado y la mirada perdida,
siendo su cara presa de un demencial temblor que empezaba a dominar sus labios.
Enjugándose las lágrimas con los puños de su jersey avanzó con decidida
determinación hacia el cuarto del ordenador, antes mencionado como cajón
desastre, y desempolvó una pequeña caja fuerte que tenía escondida en la parte
más recóndita del armario. De ella sacó una pequeña pistola, que guardaba tres
balas en el tambor. Eva desconcertada ante la reacción de su marido, se levantó
de la cama, se puso el batín de seda de las noches especiales que brillaban por
su ausencia, y cuando se disponía a salir del dormitorio, Diego irrumpió en la
habitación, y a bocajarro le disparó dos tiros que le destrozaron los pulmones.
La asfixia inició su lento suplicio, y Eva sentía que la vida se le escapaba y
que nada podía hacer para retenerla.
Agonizando
bañada en sangre, Diego, con la pistola aún humeante en la mano derecha, se
llevó su temblorosa siniestra a la boca, horrorizado por la barbaridad que
acababa de cometer. Al desplomarse Eva después de haberse caído de rodillas
lentamente, mientras el ahogo le hacía llevarse desesperadamente las manos al
pecho, de inmediato Diego se agachó y, rápidamente, le acomodó el fláccido
cuello en su mano izquierda al tiempo que le apoyaba la espalda sobre el resto
de su brazo. La pistola hacía segundos que la había expulsado con rabia de su
diestra.
-Cariño?..Pero qué coño has hecho Diego,
joder!No te mueras, mi amor, no te mueras. Lo siento. Voy a cambiar, he
aprendido la lección. Ya no volveré a ser el imbécil de antes, ese Diego se ha
muerto, mi vida. Me convertiré en el amante que siempre deseaste tener en tu
lecho…Cariño???Ca…???Noooooooo!!!!!!!!!!
Eva
murió en los brazos de su marido antes de que éste acabara de terminar su
alegato de arrepentimiento. Diego, destrozado, continuó llorando, esta vez a
lágrima viva. A los pocos segundos logró calmarse. Dirigió la vista hacia el
arma, se levantó, la cogió del suelo, y se descerrajó un tiro en plena sien
derecha. Su cuerpo recién muerto cayó sobre los restos de Eva. Una foto de
ambos cuando eran novios, fiel documento gráfico de la felicidad que un día
tuvieron, ahora salpicado con la sangre de los dos cónyuges, quedó como único
testigo del trágico final de dos personas que una vez se amaron.
Ufff vaya historia más tremenda, impactante como la vida misma. No sé qué relato ganaría pero vamos que éste no tiene nada que envidiarle Enhorabuena Antonio, me ha encantao
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