viernes, 14 de diciembre de 2012

PERO, ESTO ES NAVIDAD?

Antes de que inicien la lectura de esta publicación, quisiera advertir que soy cristiano, y aunque estoy bautizado y años más tarde recibí la Primera Comunión en la capilla del Colegio Cerrado de Calderón, tras la cual mi familia y amigos celebraron en mi honor, un pantagruelico almuerzo en una venta de los Montes de Málaga, que me condenó a no moverme de la taza del váter en toda la noche, no me considero católico ya que guardo serias discrepancias con ese gran partido político llamado Iglesia Católica, cuyo credo tiene poco que ver en mi opinión, con la Doctrina del Amor que Jesucristo legó a la Humanidad después de los tres años de vida pública que dedicó a predicar la Palabra de Dios. Aclarado esto, sería para mí un placer que siguieran leyendo.
Quedan diez días para que en un humilde pesebre de Belén, vuelva a venir al mundo Jesús de Nazaret. En el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la palabra Navidad, en su primera acepción de cuatro que se recogen, dice bien claro, Natividad de Nuestro Señor Jesucristo. Cómo se nota que la izquierda sectaria y totalitaria de este país es poco leída y por lo tanto menos cultivada, pues de saber esto,ya habrían cambiado el orden de las acepciones, situando en primer lugar su tercera definición que dice lo siguiente. Tiempo inmediato al Día de Navidad, hasta la Festividad de Reyes, que como todo el mundo conoce, cae en 6 de enero, Epifanía del Señor. La segunda acepción tan solo se refiere al día en el que se celebra, 25 de Diciembre. Perogrullada aparte, voy a centrarme en la palabra tiempo con la que se inicia esa tercera acepción, y con su permiso, quisiera ahondar y reflexionar sobre ese concreto significado que encierra la palabra Navidad en su tercera definición. Y ese tiempo inmediato, es precisamente aquel en el que nos encontramos inmersos. Tiempo que dedicamos a todo, menos a celebrar el Nacimiento del Señor. Por lo tanto, les pregunto, lo que llevamos viviendo desde el puente de la Constitución y la Inmaculada Concepción, podría llamarse Navidad si nos atenemos al primer y principal significado de la palabra? Tiene algo que ver toda esta farándula con la celebración del Nacimiento del Señor? Sinceramente creo que no.
Y para apoyar mi opinión quiero emplear como argumentos racionales de peso, dos ejemplos en base a los cuales armo el criterio de mi reflexión. El Consumismo desaforado, del que todos somos victimas estas fechas, y los almuerzos y cenas con la familia, amigos y compañeros de trabajo, que sirven de merecido homenaje al pecado capital de la gula.
En primer lugar, quiero denunciar la absurda actitud consumista de nuestra sociedad, que gasta en estas fechas lo que no gana, gracias al dinero de plástico que creó la Western Union en 1914. Las tarjetas de crédito echan humo estos días y no hay quién tenga dos dedos de frente para apagar el fuego de esa pira consumista en la que a todos nos gusta arder, aunque solo sea por unas horas, antes de que lleguen sus Majestades de Oriente, ya algo menos de Oriente y más de Occidente, tras la publicación del último libro del Papa Ratzinger, La Infancia de Jesús, quién sitúa su procedencia en la vecina Tartessos, o Tartéside, nombre con el que los griegos bautizaron a la que creyeron primera civilización de Occidente, y que la Historia ubica en el triángulo formado por las provincias de Huelva, Cádiz y Sevilla. Ya me extrañaba a mí que los Reyes tuvieran ese arte y fueran tan desprendidos y generosos viniendo de Oriente.
En segundo lugar, me siento en la obligación de denunciar los continuos excesos a los que sometemos nuestros estómagos sin pudor alguno en este espacio de tiempo al que llamamos Navidad, ya sea en casa cenando o almorzando con la familia, en esas sobremesas en las que la tensión podría cortarse con el cuchillo de carne en numerosos hogares españoles, pues casi siempre toca compartir mesa y mantel con algún familiar que es más difícil de tragar que un mantecado con la boca seca; ya sea en esas comidas o cenas que celebramos con amigos y compañeros de trabajo en los mejores restaurantes de la ciudad, sin pararnos a pensar que ya, el pasado enero nos costó la misma vida llegar a febrero. Al menos las primeras son una garantía de disfrute, no tanto las segundas, a las que casi te obliga a ir el jefe, ese mismo individuo que se ha pasado todo el año diciéndote de todo menos bonito, luciendo su maestría a la hora de empatizar con su equipo de trabajo, para que brindes con él por la Navidad en un excelso ejercicio de hipocresía. Y si le dices que no puedes asistir al almuerzo o a la cena de turno, te mirará mal acusándote de ser un mal compañero por despreciar su invitación. No sabe uno que es peor, si ir y brindar mientras te acuerdas de su santa madre esbozando la mejor de las sonrisas, o si no acudir y asumir así el sambenito de esquirol que te va a colocar nada más cuelgue el teléfono, amén de la crucecita negra en el expediente que te anotará para acordarse bien de la afrenta, cuanto te toque la evaluación de tu desempeño. Así que, saben lo que les digo, si en todo esto consiste celebrar la Natividad del Señor, que venga Dios y lo vea.

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